jueves, 26 de julio de 2012

Historia encantada..

 

Dicen que la estampa de esta fortaleza ubicada en la Baja Sajonia, en Alemania, inspiró a Walt disney para crear uno de los iconos más importantes de la factoría: el castillo de la Cenicienta. Sin entrar en disquisiciones absurdas, porque a mí dicho castillo me recuerda mucho más al alcázar de Segovia, lo cierto es que la historia “encantada” de este lugar, unida a las múltiples desgracias que a lo largo de los siglos acaecieron en su interior, son motivos más que suficientes para que nos desplacemos hasta allí.
Hoy día las dependencias del castillo han sido habilitadas para albergar un museo; es decir, no vive nadie. Pero cuando sus pasillos rebosaban de vida, entre estas paredes se produjo un suceso que cada cierto tiempo regresa, rompiendo el velo del otro lado para colarse en el nuestro. No en vano una leyenda afirma que cada día de Navidad, a la gran terraza del edificio se asoma un extraño monje que, amarrado a una gran cadena parece lanzar un grito silencioso a los cielos.
  
 
No obstante, antes de atravesar el umbral de algunas puertas que suelen permanecer cerradas, la propia historia del castillo bien podía formar parte de una novela gótica. Y para entender aún mejor el porqué de su singular factura, hemos de meternos en la cabeza de Luis II de Baviera, el nostálgico “rey loco”.

Las tierras del Ducado de Baviera fueron entregadas en el año 1180 al conde Otto de Wittelsbach, una vez el frágil emperador Federico Barbarroja expulsó con métodos “expeditivos” a sus anteriores dueños. Desde entonces y hasta el siglo XIX perteneció a dicha familia, que siempre destacó por el interés de alguno de sus miembros por el arte, y la sensibilidad que mostraron a la hora de financiar el trabajo de nuevos creadores. Sea como fuere, en el año 1845 venía al mundo Luis II, un personaje fascinantemente oscuro que regiría los designios de Baviera durante un tiempo muy limitado, ya que falleció a los 41 años. Dijo de él el biógrafo Pierre Combescot, en un alarde descriptivo de los demonios que merodeaban a esta familia desde hacía siglos, lo siguiente: 
“¿Heredará el alma neurasténica de los Wittelsbach, sus pasiones románticas y con ellas, las pesadas taras de la familia de los Hesse-Darmstadt? Alemania recuerda todavía al príncipe Luis de Hesse, errando en su palacio aterrorizado por su sombra. De su madre heredó la sangre de los Hohenzollern, en la que corre la de los Brunswick-Hanover. Al igual que en los Hesse, la locura de dicha familia es conocida. La locura rodea por doquier la cuna real, el Rey Federico-Guillermo, padrino y tío del niño, se hundirá rápidamente en la más total demencia. Sí, seguramente el joven Luis II no se asombró cuando, al cumplir dieciocho años, comenzó a escuchar en su cabeza voces”. Imagino que sería un biógrafo no autorizado, pero, dicho sea de paso, a partir de esa edad el futuro rey comenzó a actuar de manera demasiado extraña.                            Santuarios para “endemoniados”

A dos kilómetros de Zorita del Maestrazgo, distante 23 kilómetros de la señorial Morella, en las entrañas de la provincia de Castellón, se halla el tétrico Santuario de la Balma, incrustado en la montaña de la Tossa con tal precisión que asomarse a sus miradores es apreciar que el sentido de la verticalidad aquí alcanza grados sublimes. Desde lo alto de la colina se aprecia un hermoso valle partido en dos por el río Bergantes, que conforme desciende el astro rey se torna sombrío, capaz de despertar terrores atávicos que duermen en las profundidades del alma humana. Aquí se tiene miedo a la madrugada, y se cree en el poder de los demonios. No en vano desde tiempos inmemoriales los hombres de fe se han batido a brazo partido contra las fuerzas del mal.
    
La Balma –que en valenciano quiere decir “cueva grande”, dado el lugar donde fue erigido– no es célebre por su entorno, que, qué duda cabe, es maravilloso, o por la espectacularidad de su construcción. A las muchas ventanas que se asoman a los meandros que el citado río describe a los pies de la peña, seguro que en más de una ocasión se asomaron, en tiempos pasados y más recientes, personas llegadas desde los rincones más apartados de la geografía española, sabedores de los beneficios que para su alma se guardaban en este lugar sagrado. No adelantemos acontecimientos...
 
Para acceder al santuario únicamente existe un camino, tan sobrecogedor y lúgubre como el resto del edificio. La luz “purificadora” penetra a través de este pasillo, y ello hace que conforme avanzamos en nuestro periplo entre sombras, ésta vaya perdiendo vigor, advirtiéndonos que no estamos en un lugar normal; que aquí se han vivido escenas aterradoras que ni los más avezados y valientes muchachos han sido capaces de soportar, huyendo despavoridos. Al fondo, la capilla, tenuemente iluminada, es el centro de veneración más importante de todo un templo arrancado a la montaña, pues en su interior, al calor de las muchas velas, se venera la imagen de la Virgen de la Balma, la señora de estos lares. Y junto a ella, un habitáculo que estremece, ya que en su interior miles de desgraciados –en el sentido textual– han ido cubriendo las paredes con los exvotos que cada año aumentan en número: piernas de cera, estampas, fotografías, textos inacabados... El sufrimiento que ha conocido el santuario no es medible. Aquí cada año, durante la celebración de la romería, son muchos los enfermos, tullidos, amantes despechados... que se dan cita para poner fin a sus padecimientos. Pese a todo, la especialidad del lugar es otra muy diferente...
    
El poder de las “caspolinas”
Dice el genial Carlos Pascual en su ya mítica Guía sobrenatural de España, que “a este santuario acuden en septiembre gentes y carros de toda la Plana, de Cataluña, Aragón, y otros lugares distantes, llevando a los que tienen al demonio dentro del cuerpo; los familiares les atan cintas en los dedos de los pies y de las manos y les meten a trompicones en la ermita, ya que los endemoniados se resisten a entrar. Los enfermos y sus acompañantes pasan la noche en vela, cantando los gozos de la Virgen. Los posesos se tiran por el suelo, intentando sacarse los lazos de los dedos y diciendo ‘Virgen de la Balma, por las manos o por los pies; por la boca no’, ya que si los demonios salen por la boca, los enfermos se quedan mudos.
    
El sacerdote Ramón Ejarque, en una historia del santuario, dice: ‘Los enfermos llevados a la Balma, que, según la frase vulgar tenen els malignes, no son, en la mayoría de los casos, endemoniados, sino enfermos de diversas enfermedades, principalmente nerviosas, (…) sin que esto implique la negación absoluta de que verdaderamente no se haya dado algún caso de verdadera posesión. (…) Los familiares venles de improviso echarse al suelo, arrojar espumarajos, proferir horribles blasfemias (…) de ahí la facilidad de creer en su posesión. Y, la verdad, no puede negarse que estos fenómenos han acompañado con frecuencia las verdaderas posesiones”.
 
En aquellos primeros años en los que la Balma se transformó en un lugar tétrico en el que todo era posible –también lo imposible–, la Iglesia pretendió permanecer al margen. Por consiguiente, ¿quién llevaba a cabo los extraños rituales de exorcismo? Amén de varios sacerdotes que renegaban de las imposiciones de su propia institución, pues entendían que lo que allí ocurría no era sino el velado intento del señor de los avernos por quitar feligresía a la parroquia cristiana, aparecieron unas curiosas damas a las que se llamó “caspolinas” –algunos afirmaron que era porque procedían de la localidad zaragozana de Caspe–, que aseguraban poseer poderosas facultades para enfrentarse al mal que aquejaba a los enfermos de espíritu. Además, se decían custodias de saberes ancestrales, que en cierto modo las entroncaban con los antiguos curanderos que en tiempos remotos habitaron estas tierras, y que de todo sabían y todo mal curaban. Así pues, durante las diferentes reuniones de endemoniados que se sucedían un fin de semana sí y otro también en el agreste lugar, las caspolinas se afanaban en su pelea contra los demonios con tal apasionamiento que ponía el vello de punta al más pintado. Aquellas insólitas escenas, propias de la España más profunda, hoy día han dado paso a ceremonias menos estremecedoras, pero tan cargadas de misterio o más que las de entonces.
 
O Corpiño, en la mágica Galicia

La creencia en las malas artes de las brujas ha sido una constante a lo largo de los siglos, en especial en tierras navarras y gallegas. Hacemos una parada momentánea en la Galicia más asida a sus supersticiones, pues ello nos dará una idea del arraigo que meigas y brujas han tenido, y tienen, en todos los aspectos de la vida.
     
Aquí se teme al mal. Da igual donde uno vaya, sea urbe o aldea, pues la creencia en las artes oscuras está más que asimilada. Así pues, para ello están las meigas, que haberlas hailas, cuyos poderes paranormales, descubiertos o heredados, sirven para conseguir el amor ansiado, para protegerse de un mal de ojo, para esquivar a la enfermedad, e incluso, para espantar al maligno. Pero esto último no siempre es posible, y ni tan siquiera la omnipresente meiga puede hacer nada por liberar de sus ataduras a los cuerpos atormentados que han caído entre sus garras. Para ello es necesario acudir a otros lugares. Así pues, han proliferado, porque la sabiduría popular es precisamente eso, muy sabia, enclaves en los que el diablo y sus secuaces no tienen cabida, o mejor aún, donde el pobre Satanás es expulsado del cuerpo de aquellos que aseguran estar endemoniados.
    
Acudir a estos centros es atravesar una puerta que nos permite acceder a siglos pasados, en los que es posible toparse con asombrosas estampas: gritos, órbitas en blanco, insultos a los santos… Los posesos no parecen mostrar reparos a la hora de manifestar su repulsa a todo aquello que huela a sagrado. Pero si han acudido aquí es para librarse del mal.

Estamos en el santuario de O Corpiño, uno de esos lugares que se dice están especializados en la expulsión del demo metido no corpo. Sea demo o meigallo poco importa, pues ambos son malos espíritus cuya única finalidad es la de provocar tormento a los pobres desgraciados que son víctimas de su terrible poder. Para acceder a este bello enclave, conviene partir de Lalín, en la provincia de Pontevedra.
 
Y así accedemos por la puerta principal de la parroquia de Santa Eulalia de Losán. Al fondo, un sacerdote murmulla unas palabras. Frente a él permanece en silencio una mujer de avanzada edad. Su mirada se pierde dios sabe dónde. Muestra evidentes síntomas de nerviosismo, que por otro lado no perturban las oraciones del cura. No, son muchos años y demasiadas las veces que se ha enfrentado cara a cara con el mal. “Al carajo con los santos”. La voz, profunda y rasgada, rompe la aparente tranquilidad del templo. Ha sido ella, de eso no hay duda, pero la transformación es más que evidente. Parece estar poseída; ella cree estar poseída, y esa es la causa de que haya acudido al auxilio benefactor que se le atribuye a O Corpiño.
    
Llegados a este punto poco es lo que se consigue emitiendo un juicio sobre lo que aquí sucede. Sorprendente y espeluznante desde luego que es; después, que cada cual piense lo que quiera.
 
…y de aquí a San Campio

Hay en la geografía gallega lugares que practican ritos similares a los de O Corpiño; vamos, que espantan todo tipo de males por muy demoníacos que éstos sean.

Por la N-543 llegamos desde Santiago de Compostela a Noia. Desde aquí, Outes se atisba en lontananza. Y en su seno, otro santuario: el de San Campio. Sin embargo, aquí todo es más extremo si cabe. El lugar está bendito por el cuerpo del citado santo, al que los fieles, estén enmeigados o no, rezan con devoción. Una vez más las escenas que se abren a ojos del viajero profano no están exentas de cierto dramatismo: convulsiones, espasmos musculares, jaculatorias a grito alzado, supuestas posesiones que ponen verdadero horror en el corazón… La tradición asegura que para expulsar a uno u otro diablo hay que dar siete vueltas en torno a los dos cruceros que sostienen la construcción. Además, es imprescindible hacerlo cantando, como si de un mantra se tratase, la siguiente oración: Bota a demo, bota o mal cativo que San Campio Bendito che axude. Bota a demo, bota o mal cativo e bica o Santo. El rito obliga a continuar por otros derroteros. Carlos Pascual refiere que “muy cerca está la ermita de la Virgen de Rial, en cuyo atrio hay otro crucero; allí hay que dar otras siete vueltas, esta vez tomando, a cada vuelta, un sorbo de agua de la fuente de la ermita. Al terminar las siete vueltas y los siete sorbos, el endemoniado vuelve a la iglesia parroquial y visita de nuevo a San Campio, tomando allí un poco de aceite de la lámpara que alumbra al santo. Entonces se repiten las siete vueltas alrededor de los cruceros, diciendo otra vez las mismas palabras. Los efectos del ritual son de una violencia insospechada: la mayoría de los endemoniados vomitan un montón de pelos verdulentos que salen violentamente de la boca y son quemados ante la puerta principal de la iglesia”. Llegados a este punto, sobran las palabras.
 
Orrius, un bosque muy especial
 
Pocos son los bosques que poseen la dicha de estar encantados por muchos y muy diversos motivos, pero casi ninguno guarda el encanto “artificial” de éste. Y es que Orrius, en el corazón de Cataluña, es de esos lugares que destilan misterio por los cuatro costados. Llegamos a él por la C-32 desde Mataró en dirección a La Roca del Vallés. Su historia parece sacada de la mente genial de un soñador loco. En el corazón espeso de este bosque, que para muchos está hechizado, podemos observar, siempre con el respeto que merece tal enclave, que la roca granítica que cubre gran parte de la superficie muestra unas características muy especiales. Sobre la misma han sido esculpidos moais –ya saben, las enormes cabezas que se reparten por la chilena isla de Pascua, y que a día de hoy constituyen uno de los mayores enigmas arqueológicos de todos los tiempos–, elefantes gigantes, tortugas o peces, y cabezas de personas que intentan emular a las representaciones de los mayas que aún podemos ver grabadas en diferentes templos de Centroamérica.
 
Éste es un lugar para respirar, para pasear olvidando la rutina y los problemas cotidianos, y para seguir el sendero que de manera evidente van indicando las diferentes figuras que se reparten anárquicamente por el bosque. Así, es fácil encontrar igualmente alusiones al fenómeno OVNI, pues sobre estas piedras han sido plasmados símbolos tan célebres como los pertenecientes a UMMO )+(, un “supuestísimo” planeta habitado que se halla a 14,5 años luz de la Tierra, y que en la década de los sesenta del pasado siglo, en plena fiebre ufológica, hizo las delicias de intelectuales, escritores y artistas de ese Madrid efervescente de nuevas emociones, que con pasión leían las cartas que los ummitas les enviaban por los más sofisticados medios.
 

Del mismo modo podemos apreciar la presencia de cuevas perfectamente horadadas que sirven de lugar de retiro para aquellos que desean meditar. Y junto a éstas, construcciones prehistóricas, templos del pasado, alusiones al misterio... Es un catálogo al aire libre que permanece olvidado en este precioso rincón de la Cataluña más mágica. No en vano son muchos los que aseguran que cuando cae la noche los “otros” habitantes del bosque de Orrius salen de sus escondrijos para pasearse a la luz de la Luna.
    
Un breve paso por Montserrat
Montserrat es la más importante de las montañas mágicas que se reparten por tierras catalanas, uno de esos lugares de poder en el que confluyen aspectos tan diversos y antagónicos como la brujería, la religión, corrientes telúricas de gran fuerza, nazis, OVNIs… Quién da más.
    
En su interior se halla la gran Cova del Salnitre, donde hasta finales del XIX se celebraban siniestros aquelarres –no se descarta que tales prácticas hayan llegado hasta finales del pasado siglo–, en los que los oficiantes daban rienda suelta a todo tipo de depravaciones y supuestas invocaciones demoníacas. Las dificultades que planteaba su acceso le conferían las características requeridas de seguridad y discreción. Del mismo modo, en otra de las cuevas que horadan estas montañas serradas, se encuentra la talla más venerada en toda Cataluña, la Virgen Negra –o sucia, con todos mis respetos, según recientes estudios de su policromía– de Montserrat, que si atendemos al color que ha mostrado durante decenios su piel, inmediatamente nos vienen a la cabeza cuestiones tan actuales como los templarios, el culto a la diosa egipcia Isis, su sincretismo con estas Vírgenes, etcétera.
    
Un lugar en el que, todo hay que decirlo, los nazis encabezados por el místico líder de las SS, Heinrich Himmler, a la sazón reichführer del aparato político de Hitler, estuvo entrevistándose con los monjes de la abadía –concretamente con el padre Ripio– con el objetivo de descubrir las pistas del Grial que le conducían hasta este espectacular lugar. No hay que olvidar que por esas fechas ya habían enviado varias expediciones al Languedoc francés –que dista de esta tierra pocos kilómetros–, concretamente al País Cátaro, en la firme convicción de que en algún lugar del sur de Francia o el norte de Cataluña se hallaba la preciada reliquia. Seguimos…
 
El Barranco de Badajoz
Pocos lugares he visitado tan marcadamente siniestros como éste. Situado a pocos kilómetros de la ciudad tinerfeña de Güímar –famosa por sus controvertidas pirámides–, a él accedemos por una estrecha carretera que parte desde esta localidad. Aquí la montaña crece a velocidad de vértigo y cuando nos percatamos de ello hemos de abandonar el vehículo y empezar a caminar.
     
El inicio del periplo a pie se hace penoso los primeros metros; demasiados asideros, muchos recovecos y una senda por la que apenas cabe una persona. Pero poco más adelante la situación cambia, y el espacio se amplía con generosidad. El raíl oxidado y la tanqueta que hay al final de su corto trayecto ponen de manifiesto que en tiempos pasados no se respetaron lugares así, considerados sagrados para los guanches, los primigenios pobladores de Canarias, que veían en este enclave un centro de poder importantísimo para celebrar sus ritos y poner en marcha los mecanismos de su milenaria magia ancestral.
    
Hoy de eso apenas nada nos ha llegado, pero qué duda cabe que éste es un enclave especial, en el que es fácil percibir el peso del aire, y en el que cada sonido despierta los cinco sentidos. La naturaleza, pese a su verdor, parece muerta, pues los ecos de nuestros pasos son más fuertes que cualquier otra cosa. Los pájaros callan, los roedores enmudecen… todos se esconden, sabedores de que esta grieta en la montaña guarda demasiados secretos.
 
Los seres de blanco
La fama del barranco sobrevino repentinamente entre los años 1910 y 1912. Por aquellas fechas un grupo de trabajadores se afanaba en horadar el poroso suelo, con la finalidad de dar con una de esas bolsas de agua que en ocasiones salían a la luz. Conforme se aproximaba la tarde, los hombres sufrieron un desafortunado accidente que, pese a no saldarse con víctimas, sí provocó un parón en sus labores de búsqueda. Cuando se encontraban desescombrando el derrumbe, se percataron de que algo más abajo había unas escaleras en el interior de una gran cueva. A los pocos segundos, dos seres muy altos vestidos de blanco aparecieron en la parte superior, y los trabajadores, que conocían muy bien el barranco y las leyendas que de él se contaban, salieron huyendo como alma que lleva el diablo, y rápidamente dieron parte de lo sucedido en el cuartel de la Guardia Civil de Güímar.
 
Pese a ello, con los adornos que con los años cada cual va añadiendo al relato, hay una segunda versión que afirma que los seres –que debían de ser muy majos–, se comunicaron con los muchachos, indicándoles dónde podían encontrar el ansiado líquido elemento. Éste fue el comienzo de una trama que ya se ha convertido en leyenda. En la actualidad decenas de personas acuden, especialmente los fines de semana y la noche de San Juan, para intentar desvelar los secretos que custodia el enclave. Y son muchos los que afirman tener experiencias… agradables unos, y otros no tanto. Pero hay más misterios...
    
Los nazis y el barranco

Escribía hace años en ENIGMAS el joven periodista canario David Heylen Campos, que “hacia 1960 arribó a Güímar un ciudadano alemán que preguntó por un vecino del pueblo. Éste trabajaba en el mantenimiento de los canales del agua en el valle. El alemán –pues tal era su procedencia– traía un plano del valle de Güímar y se lo mostró a este vecino con el propósito de que le ayudara a encontrar sobre el terreno siete señales que aparecían sobre el mismo. Naturalmente, el vecino acompañó al extranjero a buscarlas. De las siete señales sólo pudieron dar con una, que se hallaba en un sitio muy abrupto y de difícil acceso. En ésta podían observarse tres letras escritas profundamente con cincel y martillo en la roca. Las tres eran –y son, porque aún hoy siguen estando ahí– A.V.O., o A.V.D., ya que la letra O podría también ser una D. En cuanto a cuáles eran las otras seis señales, o qué fue del alemán y de su plano, jamás se supo nada más”. Lo cierto es que tiempo atrás las hordas de Hitler estuvieron muy interesadas por este lugar. ¿Por qué? ¿Hallaron algo que tenía que ver con el plano y las señales? Sea como fuere, Heylen continuaba diciendo que “tal vez podríamos pensar que el interés de los alemanes por el barranco estuviera basado en la fabulosa visión de una ciudad de cristal, que a veces puede ser observada cuando la niebla cubre el lugar por completo. Así al menos lo aseguran los pocos testigos que dicen haber tenido la fortuna de contemplarla”.
    
Seres de blanco, ciudades fantasma, hombres-pájaro, misteriosas desapariciones, y además hay quien afirma que en las alturas del barranco, en esas oquedades de imposible acceso, se encuentra la mítica cueva de los reyes guanches, en la que monarcas como Bencomo descansan en paz rodeados de su fastuoso tesoro. Eso es algo que aquellos que aún practican los ritos animistas de esta etnia saben muy bien. Pero evidentemente, el secreto, transmitido de generación en generación, continúa siendo precisamente eso, un secreto.
 
En fin, que como pueden comprobar España es un país en el que el misterio hace tiempo decidió que no deseaba permanecer oculto. No lo olviden si se acercan por el tarraconense pueblo maldito de la Mussara, o si recorren el norte de Cáceres y deciden dar un salto a las míticas Hurdes, y por supuesto Andalucía, donde caras paranormales, curanderos, sacamantecas y aparecidos se dan cita cuando uno menos lo espera. Si atiende a estas recomendaciones, acabará convencido de que habrán sido las vacaciones más inolvidables de su vida…

miércoles, 25 de julio de 2012

Almanzor...el dictador de Al-andalus

                               Pocos personajes fueron tan temidos y respetados en nuestro medievo hispano. Su figura aterradora hizo temblar los cimientos de una cristiandad muy necesitada de fuerza moral. Invencible en más de cincuenta batallas, lo único que sus enemigos pudieron hacer en su contra fue crear toda suerte de leyendas e infundios que, en lugar de dañarle, engrandecieron aún más la figura de Almanzor.
Su verdadero nombre era Muhammad Ibn Abi Amir, aunque pasó a la historia por su sobrenombre, Al-Mansur, que significa “el victorioso” y que los escribanos cristianos castellanizaron como Almanzor. 
                                           
Nació en Turrus, comarca de Algeciras, en el año 939, aunque todavía hoy en día se discute sobre su origen étnico. Unos autores piensan que era almohade, mientras otros afirman que tenía origen eslavo. En todo caso, pertenecía a la dinastía amirí, un linaje de rancia tradición y escaso patrimonio.

Con veintiún años completó su educación en Córdoba, donde se instruyó en las disciplinas académicas de teología, filosofía y derecho. Era un refinado joven que fue tutelado por el prestigioso general Galib, hombre de confianza de los califas Abderrahman III y Al-Hakam II. Su matrimonio con una hija del militar le situó en círculos próximos al poder y, en poco tiempo, se ganó la confianza de Subh, esposa favorita de Al-Hakam II y madre del príncipe heredero Hisham. En esos años, Almanzor consiguió de su suegro la preparación militar necesaria para afrontar las futuras campañas guerreras de Al-Andalus.                                    
                             
La muerte de Al-Hakam II sumió en un mar de inestabilidad al estado omeya. Una facción palaciega defendió la candidatura de Al-Mughira, hermano del califa fallecido y mejor preparado para el gobierno que el joven Hisham. Sin embargo, Almanzor no consintió que este propósito se consumara y ordenó el asesinato de Al-Mughira en su calidad de tutor y administrador de los intereses del heredero. Lo que obtuvo, de facto, fue el poder real en Al-Andalus. Primero con la complicidad de su suegro Galib y, una vez eliminado éste, en 981, la autoridad en solitario.

El avance contra los cristianos
Almanzor consiguió gracias a diversas estrategias un lugar prominente en el mundo andalusí desde su flamante cargo de hayib arrebatado al antiguo aliado Al-Mushafi. Emprende a continuación una serie de crueles aceifas contra los cristianos, gracias a las cuales arrebata la fortaleza de San Esteban de Gormaz, vital para la estabilidad fronteriza por ser muro de contención para los ataques leoneses y navarros.                                       
   
Tras la mencionada desaparición del general Galib, que fallece en su residencia de Medinaceli, Almanzor se vio con las manos libres para reducir al joven califa Hisham II al más puro ostracismo, rodeado de toda clase de lujos y placeres. Hisham invierte el abundante tiempo libre en una entrega casi total al estudio del Corán y las acciones piadosas. Mientras tanto, el activo dictador forma ejércitos compuestos por beréberes, eslavos y nubios lanzándolos contra territorio cristiano.

A lo largo de su mandato organizará más de cincuenta expediciones punitivas que le proveerán de un inmenso botín. Éste hecho originará una rebaja ostensible en el cobro de impuestos interiores, con la consiguiente euforia de los andalusíes, quienes verán en Almanzor a un auténtico líder guerrero y social.   
                                               
El caudillo aprovechó esta buena estrella para intentar establecer la sucesión dinástica de su protectorado sobre los califas. Empero, el populismo que tan buenos resultados le estaba proporcionando, no sirvió para su ambición oculta de adueñarse del trono.

Almanzor intentó por todos los medios crear un ambiente adecuado que le facilitara su proclamación como califa de Al-Andalus. No obstante, Medina Azahara –la suntuosa ciudad palatina de los omeya– suponía un serio obstáculo en su camino hacia la cima. Su proyecto continuó en 987, cuando se terminaron las obras de la también llamada Madinat al-Zahira, “la ciudad resplandeciente”, desde donde el líder andalusí tomó decisiones de Estado y en donde depositó los tesoros obtenidos en sus correrías.

El palacio amirí no consigue anular el resplandor de Medina Azahara, ciudad en la que permanece, temeroso, el atribulado Hisham II. Sin embargo, los legitimistas defienden a ultranza la posición califal –son demasiados y muy poderosos–, lo que incita al dictador a plegar velas en espera de acontecimientos favorables.

                               
A pesar de su erudición, Almanzor no tuvo ningún pudor en entrar salvajemente en la exquisita biblioteca de Al-Hakam II cuando ordenó el espigamiento del catálogo documental y la quema de miles de valiosos textos. El propósito debemos atribuirlo a las ganas de satisfacer las demandas de algunos religiosos puristas del Corán, quienes veían en la fantástica biblioteca un centro divulgador del mal.

En el año 992 consiguió que su hijo Abd Al-Malik fuera nombrado su sucesor; previamente, el propio Almanzor había ejecutado a otro vástago llamado Abd Allah quien, al parecer, anduvo involucrado en una conspiración para derrocar al padre. Pero son, sin duda, sus férreas e inclementes campañas guerreras las que le dieron la vitola de gran genio militar.                                 
           
Cinco años después arrasó Santiago de Compostela, expoliándola. Fue una de sus míticas campanas catedralicias, con lo que eso suponía de menoscabo para el ánimo cristiano. Luego, entró impunemente en los reinos norteños moviéndose por ellos a su antojo. También sometió Barcelona tras una horrible aceifa de perenne recuerdo, gracias a la que obtuvo respeto y tributo de los condes catalanes.

A finales del siglo X, Almanzor se encuentra en el cénit de su poder personal. Parejo a esto se halla el punto álgido del califato omeya. Todos temen al antiguo mayordomo palatino; nadie osa contravenirle. Sus enemigos han sido diezmados y goza de excelente reputación en el imperio andalusí. Incluso obtiene el apoyo de un reconciliado Hisham II. De esa manera, llega el año 1000, fecha en la que Almanzor obtiene, en Cervera de Pisuerga, la que sería su última gran victoria militar sobre los cristianos. Curiosamente, éste suceso bélico condicionó la historia y leyenda del caudillo musulmán.

¿Existió Calatañazor?
Mucho se ha investigado sobre esta mítica batalla de nuestra reconquista. En ella, supuestamente y según el romancero popular, Almanzor perdió su tambor y, de paso, la vida. En cambio, a poco que escarbemos en esta historia nos daremos cuenta de que la propaganda cristiana trabajó muy bien en esos años para levantar una gran mentira que animara a los desconsolados reinos peninsulares.

Lo único cierto es que se utilizó la muerte de Almanzor, acontecida en Medinaceli en agosto del año 1002, para ubicar cerca de esa fecha un supuesto combate localizado en las proximidades de la soriana Calatañazor.

En efecto, según la mayoría de investigadores históricos, esta legendaria batalla nunca existió. Nos encontramos, por tanto, ante un caso como el de Clavijo, que fue otro combate creado para mayor gloria de las menguadas tropas cristianas, las cuales recibieron en esta jornada la inestimable ayuda del apóstol Santiago, quien no dudó en aparecer en mitad de la refriega para ensartar en su lanza a cientos de infieles sarracenos. En definitiva, fueron gestas inventadas por cronistas medievales para estímulo del ámbito cristiano.
   
Almanzor, tras saquear Burgos y vencer a los “infieles” en la batalla de Cervera, percibe cómo sus facultades físicas merman considerablemente; ya no es el mismo que años antes acosaba de manera infatigable a sus enemigos, aunque en los meses siguientes aún reúne fuerzas para nuevas acometidas sobre los reinos norteños. En 1002, inicia la que será su última aceifa sobre la frontera norte, asolando el monasterio de San Millán de la Cogolla y devastando su comarca. Sin embargo, la enfermedad impide otros movimientos bélicos: el gran caudillo andalusí se siente morir... Detiene la expedición regresando en camilla a su tierra, aunque no podrá alcanzar Córdoba; expiró en Medinaceli en agosto de ese mismo año. La noticia recorre todos los rincones de la Península Ibérica, hecho que para los cristianos supone una aliviadora bendición, mientras que para los andalusíes se convierte en el principio del fin de todo el sueño califal. Así, en menos de treinta años, el luminoso califato omeya quedó despedazado en más de veinte reinos de Taifa: fue el comienzo del fin..