sábado, 20 de abril de 2013

Covadonga..Pelayo y los 300 cristianos

 


Con acero, valor, sangre y muerte. Así vencieron los 300 soldados al mando de Don Pelayo, el primer monarca del reino de Asturias, a los miles de musulmanes que osaron asediar Covadonga, el último enclave cristiano que aún resistía en la Península Ibérica tras la invasión árabe.
                                                        
Por aquel entonces, el año 722, una pequeña parte de Asturias era lo único que quedaba en el mapa de la tierra que un día habían dominado los visigodos. No obstante, en ella habitaba un ínfimo reducto de soldados que, tras derrotar y poner en huida al ejército musulmán, inició hacia el sur la Reconquista cristiana, aventura que acabaría ocho siglos después cuando los musulmanes fueran expulsados de Granada.

Covadonga fue el pistoletazo de salida del proceso que llevaría al nacimiento, en un futuro, de los diferentes reinos ibéricos a costa de la expulsión de los musulmanes. Sin embargo, fue también la reacción tardía de un pueblo que, en tan sólo diez años, había perdido a manos del invasor la mayoría del territorio en el que un día se había asentado.

Para conocer las causas por las que Don Pelayo tuvo que iniciar la Reconquista es necesario remontarse hasta el año 711. En aquel tiempo, el control de la Península Ibérica, Hispania, pertenecía a los visigodos, un pueblo cristiano al mando del cual se encontraba el rey Don Rodrigo. Este, se había hecho con el trono después de mantener una fuerte guerra civil con los partidarios del anterior y fallecido líder Witiza, la cual finalmente había vencido.
Comienza la invasión

El sabor de la victoria no duraría demasiado a Don Rodrigo, como bien explica el periodista y profesor de bachillerato Domingo Domené Sánchez en su libro «Año 711, La invasión musulmana de Hispania». «En (...) el año 710 posiblemente llegaron a Ceuta (territorio musulmán) la viuda e hijos de Witiza en busca de ayuda para recuperar el trono», determina el experto.

Al parecer, los descendientes de Witiza, obsesionados como estaban por conseguir el trono de «Hispania» -el que consideraban suyo por derecho-, no tuvieron reparos en pedir ayuda a los musulmanes. «La llamada a fuerzas que podríamos llamar extranjeras para conseguir el poder o afianzarse en él no era nueva (...). En las ocasiones anteriores, en cambio, los extranjeros no habían aspirado a dominar toda Hispania, habían cobrado su ayuda en dinero (...) o en territorio (...) y habían dejado las cosas como estaban», añade Domené.

No sería este el caso de los musulmanes que, sabedores de la debilidad cristiana, vieron en esta lucha interna un momento perfecto para invadir la Península Ibérica. Así, Musa ben Nusayr -gobernador musulmán de Ifriqiya (Túnez)-, decidió que era el momento de hacerse con las riquezas de Hispania, empresa que encargó a un ejército de 11.000 bereberes al mando de Tariq, uno de sus más reconocidos generales.
Covadonga, la batalla donde 300 cristianos vencieron al poderoso ejército del islam

Para hacerles frente, el recién coronado Don Rodrigo partió a marchas forzadas hasta Cádiz, lugar en el que plantaría batalla junto al río Guadalete al mando de una inmensa hueste de soldados visigodos.
Guadalete, la gran derrota

«Don Rodrigo llegó a Córdoba y allí concentró su ejército para la expedición bélica. Se cree que llevaba 40.000 hombres (...) y que tomó la vía romana Córdoba-Écija-Cádiz, mientras que Tariq avanzaba por la de Algeciras-Sevilla (...). El 19 de Julio se encontraron cerca de las ruinas de la ciudad de Lacea, en el Wadi-Lakka musulmán que nosotros llamamos el río Guadalete», explica el experto en su texto.

Sin embargo, y en contra de lo que pueda parecer a primera vista, el bando cristiano no contaba ni mucho menos con una ventaja abrumadora. «En cualquier actividad los profesionales tienen ventaja sobre los aficionados y el ejército musulmán estaba formado por soldados profesionales, mientras que el godo estaba constituido en gran parte por esclavos forzados a combatir. No había pues ventaja para ninguno de los dos bandos», añade Domené.

A su vez, lo que finalmente decantó la balanza en la batalla fue la traición de los dos oficiales que manejaban los flancos del ejército de Don Rodrigo, algo que se explica en el libro «Colección de tradiciones: Crónica anónima del S.XI». «Encontráronse Rodrigo y Tariq (...) en un lugar llamado el lago, y pelearon encarnizadamente; más las alas derechas e izquierdas, al mando de Sisberto y Obba, hijos de Gaitixa (Witiza), dieron a huir, y aunque el centro resistió algún tanto, al cabo Rodrigo fue también derrotado y los musulmanes hicieron una gran matanza».

Tras la gran derrota, nunca se volvió a saber el paradero de Don Rodrigo. Muchos afirman que huyó para morir poco tiempo después de sus heridas, mientras que algunos historiadores musulmanes determinan que falleció en un combate singular contra Tariq, quien acabó con él de un lanzazo
Cuadro que recrea la batalla de Guadalete10 años para tomar Hispania

Independientemente del destino del rey, lo que es indiscutible es que, tras su derrota, no quedó nadie para hacer frente al ejército bereber. De esta forma, y en apenas 10 años, los musulmanes llevaron a cabo una rápida conquista de Hispania que relegó a los visigodos al norte.
                                          
«Aunque cuando, tanto los romanos como los musulmanes conquistaron Hispania, (...) los historiadores se han preguntado (...) cómo el tiempo empleado en la conquista fue tan diferente en los dos casos (200 años por parte de los romanos y 10 en el caso los musulmanes)», determina el experto.

No obstante, para Domené las causas están claras: «La Hispania prerromana no era una unidad política (...) No había pues, una autoridad suprema para todo el país capaz de aglutinar la resistencia o proponer la rendición frente al invasor, sino múltiples jefes supremos a los que era preciso ir sometiendo uno a uno. Por el contrario, la Hispania gobernada por los godos sí era una unidad política», afirma Domené. De esta forma, con la desaparición de Don Rodrigo, el territorio entero se vino debajo de un solo golpe.

A su vez, el pueblo hispano no opuso demasiada resistencia a los musulmanes, pues en un principio entendían que su llegada les libraría del abuso de los nobles godos, quienes solían exigir grandes tributos a la población. De esta forma, los invasores supieron ganarse la confianza de la sociedad eliminando varios impuestos.

Finalmente, una de las principales causas de la rápida conquista fue el sustento que los musulmanes tenían en la Península. «Los romanos no contaron con un apoyo interior significativo y los musulmanes sí. Además de los witizanos, los musulmanes contaron con el colaboracionismo de los judíos», añade Domené en su texto.
Comienza la resistencia

A pesar de la rápida conquista, los cristianos todavía guardaban una desagradable sorpresa a los musulmanes pues, en el norte, se empezó a gestar una resistencia en contra de la invasión. Concretamente, centenares de godos comenzaron a asentarse sobre las cordilleras cantábricas y pirenaicas.

«Bajo el hecho geográfico de la división de la franja cantábrico-pirenaica en cuatro zonas (...) podemos considerar que hubo cuatro núcleos de resistencia antimusulmana que, por simplificar, llamaremos el núcleo astur-cántabro y, en los Pirineos, el vasco-navarro, el aragonés y el catalán», señala el experto en su libro.

Aunque estos pequeños grupos de cristianos todavía no podían plantar cara a los invasores, se decidieron a defender a ultranza sus territorios, de manera que los musulmanes no tuvieron más remedio que abandonar la idea de conquistarles. En contra, se limitaron a exigirles duros impuestos y establecer fortificaciones cerca de ellos para controlar su expansión.
        
Al fin, la primera resistencia se empezaba a gestar en todo el territorio montañoso, aunque sobre todo en el núcleo astur. De hecho, no pasó mucho tiempo hasta que este pequeño grupo del norte vio subir al poder a un líder que les llevaría a la victoria: Don Pelayo.

Este supuesto noble tomó el poder a finales del año 718 cuando, cansado de los fuertes tributos a los musulmanes, convenció a sus compatriotas para dejar de pagar los impuestos. «Pelayo les debió animar a no pagar con un argumento tan simple y poderoso como el de que, si los musulmanes querían dinero, que fueran a buscarlo allí, a la montaña», determina Domené.
Covadonga, inicio de las hostilidades
                                                      
No obstante, los musulmanes reaccionaron como cabía esperar: formaron un poderoso ejército y se dirigieron con decisión hasta el núcleo astur decididos a acabar de una vez con la rebelión. Por su parte, los cristianos, de manos de Don Pelayo, decidieron plantar cara al ejército musulmán. El enclave para resistir los ejércitos arábigos fue Covadonga, un paraje situado cerca de Cangas de Onís (al este de Asturias).

Concretamente, Don Pelayo protegió este territorio con los escasos soldados que pudo reunir. «Ante el acoso musulmán, Pelayo y sus hombres, unos 300, se refugiaron en Covadonga, una cueva del monte Auseba que está al fondo de un estrecho valle en los Picos de Europa», explica el experto.

En este punto la historia se diluye y varía dependiendo de si el cronista es cristiano o musulmán. Esto se debe a que los primeros trataron el suceso como una batalla de dimensiones épicas mientras que los segundos pasan por alto este suceso y lo consideran de escasa importancia.
Puente romano de Cangas de Onís

Según los cronistas cristianos, antes de la batalla un antiguo obispo visigodo llamado don Oppas -comprado por los musulmanes- trató de convencer a Don Pelayo de rendirse. Sin embargo, este se mantuvo firme hasta el final.

«Pelayo estaba con sus compañeros en el monte Auseva y el ejército de Alqama llegó hasta él y alzó innumerables tiendas frente a la entrada de la cueva. El predicho obispo (el arzobispo don Oppas, hijo de Witiza) subió a un montículo situado ante a la cueva de la Señora y habló así a Pelayo: (...) "Juzgo, hermano e hijo, que no se te oculta cómo hace poco se hallaba toda España unida bajo el gobierno de los godos y brillaba más que los otros países por su doctrina y ciencia, y que, sin embargo, reunido todo el ejército de los godos, no pudo sostener el ímpetu de los ismaelitas. ¿Podrás tú defenderte en la cima de este monte? Me parece difícil. Escucha mi consejo: vuelve a tu acuerdo, gozarás de muchos bienes y disfrutarás de la amistad de los caldeos», explican las crónicas cristianas escritas en tiempo de Alfonso III.

Pelayo respondió: «¿No leíste en las Sagradas Escrituras que la iglesia del Señor llegará a ser como el grano de la mostaza y de nuevo crecerá por la misericordia de Dios?». El obispo no pudo más que contestar que así era. La decisión estaba tomada, don Oppas sabía que habría que combatir para expulsar a los astures y así se lo hizo saber a los invasores.

El oficial musulmán ordenó entonces que sus soldados armaran las catapultas y acabaran con la débil defensa cristina. «Se prepararon las hondas, brillaron las espadas, se encresparon las lanzas e incesantemente se lanzaron saetas», narran los antiguos textos.

Sin embargo, y según los cronistas cristianos, en ese momento una fuerza divina se unió a Don Pelayo dándole la victoria frente a los 188.000 soldados del ejército musulmán. «Al punto se mostraron las magnificencias del Señor: las piedras que salían de los fundíbulos (catapultas) y llegaban a la casa de la Virgen Santa María, que estaba dentro de la cueva, se volvían contra los que las disparaban y mataban a los caldeos (musulmanes). (...) En el mismo lugar murieron 125.000 caldeos y los 63.000 restantes subieron a la cumbre del monte Auseba», determinan las escrituras.

A continuación, y siempre según los escribanos de Alfonso III, Dios volvió a intervenir: «Ni estos escaparon a la venganza del Señor; cuando (los musulmanes) atravesaban por la cima del monte que está a orillas del río Deva (...) se cumplió el juicio del Señor: el monte, desgajándose de sus cimientos, arrojó al río a los 63.000 caldeos y los aplastó a todos».

Por el contrario, las escrituras musulmanas guardan una visión mucho menos heroica. En ella, se afirma que unos pocos miles de soldados acudieron a Galicia para combatir contra «un asno salvaje llamado Pelayo». De hecho, en palabras de los islamistas, los soldados árabes cercaron a las tropas cristianas hasta que estas murieron casi en su totalidad de hambre.

«Los soldados (musulmanes) no cesaron de atacarle hasta que sus soldados (los de Pelayo) murieron de hambre y no quedaron en su compañía sino treinta hombres y diez mujeres. (...) La situación de los musulmanes llegó a ser penosa y al cabo los despreciaron diciendo: "Treinta asnos salvajes. ¿Qué daño pueden hacernos?», afirman las crónicas traducidas por los españoles Alcántara y Albornoz.

A pesar de las múltiples versiones, Domené Sánchez expone una versión más realista y posible dentro del texto: Según el profesor, Al Qama y los suyos se vieron obligados a penetrar por un angosto valle para plantar cara a los astures. «La estrechez del terreno no les permitía desplegarse. Tenían pues que avanzar en fila. A los seguidores de Pelayo, situados en las laderas, les fue relativamente fácil hacerlos retroceder por un procedimiento tan simple como el de arrancar peñas y lanzarlas ladera abajo», afirma el experto.

su vez, determina que lo que las crónicas cristianas explican como un milagro, -el que la ladera y el río se tragaran a miles de musulmanes-, pudo haber sido más bien un afortunado desprendimiento de tierra. Finalmente, el profesor es bastante escéptico con respecto al gran número de soldados musulmanes fallecidos: «El cronista (....) fue excesivo al decir que el ejército musulmán tenía 188.000 soldados». Fuera como fuese, lo cierto es que la victoria de Covadonga supuso el inicio de la Reconquista cristiana, la cual duraría nada menos que ocho siglos. Y ya saben lo que dice el dicho: «Asturias es España y lo demás tierra conquistada».

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