lunes, 25 de noviembre de 2013

Francisco de Orellana, el héroe que cayó a manos de los indios


Orellana, como Cortés, Pizarro, Gaspar de Carvajal, García de Paredes y otros ilustres extremeños que dieron tanta grandeza a España, nació en Trujillo –cuna de “grandes” donde los haya–, predestinado a cabalgar a lomos de una de esas grandes olas con las que la historia se reivindica. Se podría decir que la gesta del “descubrimiento” había sido hecha a su medida,esto es, a la medida de gente soñadora.

En algún momento temprano del siglo XVI y con la perspectiva de un presente sin posibles, un horizonte sin expectativas y un tiempo sin mas esperanza que el monótono discurrir del lento paso de los días, este hidalgo de aspecto rudo tomó la determinación de quebrar la desesperante sensación del tiempo detenido y dio un paso al frente para conjurar un destino de incertidumbre. No tenía todavía dieciséis años cuando se encontró en la bocana de Sanlúcar de Barrameda y navegando hacia el oeste siguiendo la estela de otros grandes exploradores.

De innata valentía y fuerte en las apuestas que requerían gente de talla, no dudó en alistarse a las órdenes de Pizarro en la conquista del vasto imperio Inca. Sus quebraderos de cabeza le traería esta decisión al tiempo que jugosos dividendos, ya que su inveterada inclinación por el saqueo a las poblaciones indígenas lo convirtió en un hombre de inmensa fortuna.

Por aquel entonces los partidarios de Diego de Almagro y los de Pizarro andaban a la greña por una fruslería tal que era el control del inmenso virreinato y por ende, de todas sus riquezas y explotación de encomiendas. Entretanto, los indígenas, atónitos, imploraban a Viracocha –el supremo Dios viento de los mares– una intervención salvadora. Los españoles lo estaban arrasando todo y, no contentos con ello, se habían enzarzado en una cruenta guerra civil en paralelo a los acontecimientos ya reseñados.

Una venganza natural

Allá por 1541, se puso a la faena junto con el primo hermano de Francisco Pizarro,Gonzalo, a buscar el País de la Canela y El Dorado, ni más ni menos. Con “algo” de retraso (dos semanas tardó en acudir a la cita previamente acordada con los expedicionarios) y, tras enormes calamidades, consiguió el rezagado dar alcance a su paisano finalmente en el valle de Zumaco. Cruzando los Andes se había dejado la mitad de hombres y pertrechos y su legendaria osadía había ganado enteros. Mas las secuelas psicológicas de una andadura tan extrema no habían sido en balde. La inhóspita naturaleza local ya le había susurrado lo que seria el anticipo del fatal desenlace que le sobrevendría después.

El 26 de diciembre, Orellana, ante la acuciante falta de alimentos (se le moría de hambre el personal), toma la decisión de ir río abajo con cincuenta y siete hombres elegidos en búsqueda de alimentos para aprovisionar a la tropa de Pizarro. Nunca más volvería a verlo. Como si de una verdad revelada se tratara, lentamente el oscuro río comenzaba a tragarse a los expedicionarios.

Puntualmente, el sonido de una lluvia de flechas rasgaba la rutina y había que volver a la macabra contabilidad de restar algunos expedicionariosCabe destacar la imaginación y recursos desplegados para la construcción de la nave que los acompañaría durante el resto del viaje, el bergantín Victoria, un prodigio de ingenio náutico. Fueron usados prolijamente todos los metales susceptibles de ser fundidos -armaduras, estribos, etc.- para transformarlos en clavos y todo tipo de ferretería ad hoc.

Para cuando se había tomado la decisión de navegar el río Coca y el Napo a favor de corriente, aproximadamente ciento cuarenta de los doscientos veinte españoles que iniciaron la aventura en Iquitos ya habían cruzado el umbral de la vida. Idéntica suerte habían corrido mas de tres mil indios que les servían de apoyatura. La “transición”, les visitó antes de lo previsto. Un alto precio.

Aquellas gentes pensaban que la belleza era una prolongación de sus ojos, pero era una belleza cruel y muda ante sus expectativas de supervivencia. El omnipresente y turbador silencio y una humedad mas voraz que cualquier alimaña los tenia sumidos en un letargo muy contraproducente para la alerta que requería tan magna expedición. Puntualmente desde la espesura, el sonido de una lluvia de flechas rasgaba la rutina y había que volver a la macabra contabilidad de restar algunos expedicionarios.

Un cronista de excepción

Este grupo, a la postre, pudo pasar a la posteridad gracias a los relatos del fraileGaspar de Carvajal, cronista de excepción, gracias al cual se conocen relevantes temas etnográficos, geográficos y detalles de lo cotidiano que ilustran magníficamente el estado de la tropa y sus contratiempos a la par que su cada vez mas deteriorada moral durante su errática singladura hasta la desembocadura del Amazonas.

El fraile se esmeraba en mantener la fe en un estado aceptable pero aquella cohorte de atípicos parroquianos se estaba dando de baja. Hacía ya cerca de ocho meses desde su partida en búsqueda de vituallas y condumio y las esforzadas plegarias elevadas al altísimo no solo no habían conseguido mitigar la hambruna sino que habían diezmado la tropa hasta limites intolerables. El fraile se esmeraba en mantener la fe en un estado aceptable pero aquella cohorte de atípicos parroquianos se estaba dando de baja –literalmente– a un ritmo tan vertiginoso que, cuando menos, a los restantes supervivientes les hacia cuestionarse la eficacia de sus estériles rezos. Además, para corregir cualquier desviación, duda o desmayo doctrinal, siempre estaba el aplicado y largo brazo de la Inquisición con sus expeditivas soluciones.

En octubre de 1542 asomaba la proa de la nave al Atlántico después de recorrer 4.800 km. fluviales y mas de 2.200 a pie. Entretanto, Pizarro, con solo ochenta hombres, había vuelto a Quito algo contrariado.

De retorno a España y al llegar a Portugal, el rey luso lo trató con deferencias inusuales y le ofreció amplia financiación para un proyecto a priori incontestable. No hay que olvidar que la escuela de cartógrafos de Chagres era en aquel momento probablemente la mas informada del mundo conocido y sus medios técnicos solo eran comparables a los que manejaban sus pares chinos de la época. Esto venia a significar que se le ofrecían conocimientos muy avanzados de navegación y astronomia que los portugueses llevavan manejando un siglo ya al menos. Pero la fidelidad a su monarca prevaleció y el tratado de Tordesillas con sus balbuceos y demarcaciones discutibles pesó mas en el adelantado que las firmes y serias propuestas del rey vecino.

Una vez en tierra española, Orellana fue a Valladolid a ver al monarca. Tras nueve meses de arduas negociaciones y no sin antes bregar con una denuncia por traición promovida por Pizarro, de la que fue absuelto, el rey le concedió las capitulaciones de lo que sería dado en llamar la Nueva Andalucía. Tras buscar incesantemente financiación para su segunda campaña, su incondicional tío Cosmo de Chaves tiró de patrimonio dándole aliento para afrontar con solvencia su segundo asalto a un sueño esquivo, de tal manera que el obstinado Orellana volvió a la carga.

Entregó su vida y personal apuesta, sucumbiendo a manos de una horda de indios locales. Después de contratar en Cádiz una tripulación un tanto heterogénea y poco marinera, los alguaciles vinieron en descubrir que la mayoría no eran castellanos sino gente poco recomendable entre la que había algunos genoveses y pisanos, algo inaceptable habida cuenta de que estos últimos eran propensos a las ofertas del mejor postor y por lo tanto de poco fiar. Después de algunas incidencias sobrevenidas, el conquistador tuvo que esconderse fingiendo ser parte de la carga, en las bodegas de uno de los barcos que embocarían de nuevo Sanlúcar. Afortunadamente, sería el único de los cuatro que partieron que llegaría a su destino.

En 1546 y tras forzar sus cartas, Orellana, exhausto y sobrepasados sus limites, entregó su vida y personal apuesta, sucumbiendo hasta el último hombre en un lugar sin determinar del delta del Amazonas a manos de una horda de indios locales. Los sueños tenían un precio.

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