martes, 2 de julio de 2013

La batalla de Salamina (480 a.C.):



Hasta entonces, el avance de los persas había sido fácil, a pesar del combate de las Termópilas; pero la ocupación del Peloponeso requería otra vez la colaboración de la escuadra, encargada de trasladar a las tropas más allá del istmo donde los aliados se habían hecho fuertes. En estas circunstancias era ineludible una batalla naval que pusiera fuera de combate a la flota enemiga. Contaba ésta con 310 naves, pues había sido reforzada; no obstante, la persa era mucho más numerosa. Corría el año 480 antes de Jesucristo. Jerjes decidió forzar el paso llamado Cynosura -rabo de perro-, pero su flota quedó escindida en dos por la pequeña isla de Prytalea. Por otra parte, el excesivo número de buques les impedía maniobrar. (A.Jiménez-Landi)

Concentración de tropas en Salamina:
La flota griega se había congregado junto a Salamina. Las pérdidas sufridas en Artemision fueron subsanadas mediante la reparación de las naves dañadas y con los refuerzos provenientes de Egina y el Peloponeso. Las tentativas de Temístocles de incitar a los jonios que se hallaban en la flota persa, a que se pasaran a la alianza helénica no dieron resultado; sólo cuatro naves enviadas por Naxos, por orden del rey, para ayudar a la flota persa, se adhirieron a los griegos. Según dice Esquilo, la flota griega que tomó parte en la batalla estaba formada por un total de 310 navios, de los cuales 110 eran atenienses. La posición ocupada por los griegos en Salamina era excelente: no solo permitía defender la isla, sino que estaba en condiciones de impedir a los ejercitos terrestres persas el avance hacia las fortificaciones erigidas en el istmo de Corinto.

Desacuerdo táctico heleno:
Esparta apenas había enviado una veintena de trirremes, pero por tradición fue su almirante Euribíades, más veterano que Temístocles, quien tomó el mando. Esto originó una discusión entre entre Temístocles, que quería una batalla delante de Atenas, y el espartano, que preconizaba un repliegue hasta el istmo de Corinto. [...] De la gran armada persa del principio quedaban aproximadamente seiscientos barcos de combate, los demás estaban en el fondo del agua, por causas diversas, repetidas tormentas, combates desgraciados de unidades aisladas y otros accidentes. Eran barcos poderosos que, siguiendo a la vez la retirada del ejército griego y el avance del ejército de Jerjes llegaron delante de Phaleres a contemplar las humaredas de la segunda destrucción de Atenas. En este punto al que la guerra había llegado, se produjo un verdadero suspense. Si Euribíades quería replegarse sobre Corinto, era sin duda porque se suponía que Jerjes atacaría el Peloponeso. Su plan de ataque sobre Citera apuntaba a la división de las fuerzas griegas. Y después de todo, ¿Qué les quedaba a los griegos del Atica, aparte del mar y de sus trescientas trirremes? Incluso sin el flojo apoyo de la escuadra espartana, todavía le quedaba a Temístocles algo con lo que cerrar el paso y combatir razonablemente a los persas. Todo el problema residía en saber si Jerjes pasaría el callejón sin salida o se olería la emboscada. (Brossard)
A pesar de ésto, según Heródoto, muchos estrategas proponían la retirada y que se eludiera la batalla. Triunfó la opinión de Temístocles que pensaba que era necesario atraer inmediatamente a los persas a una batalla naval. Heródoto nos cuenta como Temístocles se salió con la suya en este asunto. Para ello envió un emisario al rey persa, con el mandato de comunicar a Jerjes, en su nombre, que simpatizaba con los persas, y que entre los griegos reinaban el desánimo y la tristeza y la propensión a dispersarse, presas del más grande terror; y que, por ello, no había más que atacarlos inmediatamente, para que la victoria estuviera asegurada. Jerjes se dejó seducir por la idea de terminar con la guerra de un solo golpe, en Artemison la armada griega había conseguido huir, pero aquí podía rodearla por todos los costados. En realidad, durante la batalla hubo menos discusiones entre la flota griega que entre los persas, que era más heterogénea que la de la coalición.


La armada helénica estaba anclada en una bahía que penetraba profundamente en la costa oriental de la isla, junto a la ciudad de Salamina. Una angosta franja de agua, entre la isla y el continente por el sur, casi encierra el islote de Psitalia, y allí a lo largo de las costas del Atica, se alinearon en tres filas las naves persas, y en la isla fue desembarcado un fuerte destacamento. Hacia la salida occidental del estrecho, hacia la ciudad de Megara, Jerjes envió un destacamento naval auxiliar para cortar a los griegos la posibilidad de retirada. El ejército terrestre persa fue llevado a la costa, a la retaguardia de las principales fuerzas de la armada. Temistocles se obstinó en no salir de su pasillo a librar una lucha espectacular en otro lugar con facilidades para maniobrar. Durante un mes permaneció fondeado bajo la atenta -y quizá impaciente- mirada de Jerjes, que debió pensar que, a pesar de la elección griega del terreno, la ocasión era buena para liquidar la flota griega y librarse así de ella mientras ocupaba el resto de la Hélade. Sería el fin de las trirremes atenienses antes de las tormentas de otoño. Jerjes se ubicó en un alto cerro para poder seguir desde allí el desarrollo de la batalla.

El 28 de septiembre del año 480, por la mañana temprano, la flota griega en formación de batalla, teniendo en el flanco izquierdo los navios atenienses, y en el derecho los de Esparta y Egina, fue la primera en avanzar contra los persas, entablándose una encarnizada batalla. Los manineros persas combatieron con extraordinaria tenacidad y valentía. Pero muy pronto se produjo entre ellos la confusión; en el angosto estrecho, de poquísima profundidad, las filas posteriores de las naves estorbaban los movimientos de las anteriores. Fueron inútiles los esfuerzos de los expertos marinos fenicios, pues, cediendo al ataque de los navíos griegos, la enorme flota persa se amontonó en una masa desordenada. Las naves penetraban ruidosamente en los cuerpos de las otras, encallaban en los bancos de arena y zozobraban en gran cantidad, hundiéndose. La reina Artemisa de Halicarnaso había intentado convencer a Jerjes de que no cayese en la emboscada. Durante la batalla su barco enarboló los colores griegos y se lanzó contra el del rey de Calindes para arreglar una vieja cuenta. Consiguió hundirlo y huir sin ser molestada. Los persas no utilizaron la fuerza de los remeros para rodear la isla por el paso sureste. Las unidades griegas consiguieron fácilmente rodear a las naves persas de imprecisos movimientos. Combatieron con gran lucidez y con la energía de los que se juegan todo en la última baza. Simultáneamente, Arístides, que había aprovechado la amnistía para regresar a su patria en visperas de la batalla, desembarcó con un destacamento de hoplitas en Psitalia y aniquiló al destacamento persa. Al llegar la noche todo había acabado: la enorme flota persa estaba deshecha, destruida casi por completo. Las naves restantes no se hallaban en condiciones de emprender ninguna operación seria. La flota creada por los atenienses había salvado la independencia de Grecia.

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