domingo, 3 de marzo de 2013

Liberacion de Barcelona

Barcelona se ha lanzado a la calle, se desborda el entusiasmo.
A los 73 años de la liberación de Barcelona
Barcelona y Cataluña habían vuelto, con el enorme sacrificio de sus hijos, a formar parte del tronco común de España UNA, GRANDE y LIBRE, por la inmensa gracia de Dios.
 Situación de Barcelona el 25 de enero de 1939. El general popular Juan Guilloto León, conocido popularmente como Modesto o Juan Modesto, jefe del Ejército del Ebro, desde su cuartel general en Vallvidrera, bajó a Barcelona dirigiéndose a la sede del Estado Mayor central, conocida como la Casa Roja, donde tuvo su despacho el general Vicente Rojo, el cual se había marchado hacia Gerona, y allí no quedaba casi nadie.

Se encontró con el general Hernández Saravia jefe del Grupo de Ejércitos de la Región Oriental, que estaba esperando al coronel José Brandaris, jefe hasta el momento de las tropas de Menorca, y que se había de encargar de la defensa de Barcelona. Hernández Saravia le comunicó a Juan Modesto que cumpliese las órdenes que le transmitiese el general Vicente Rojo.

Juan Modesto se fue a la sede del PCE donde se encontró con Vicente Uribe, Antonio Mije y Santiago Carrillo. Hablaron de resistir, pero los archivos estaban siendo cargados en camiones. De regreso a la Casa Roja, contempló un panorama asolador, ya que no quedaba nadie y las puertas y ventanas aparecían abiertas, mientras los teléfonos sonaban ininterrumpidamente, sin que hubiera ninguna persona para contestar.

En la mañana de ese mismo día 25 de enero de 1939, el teniente coronel Manuel Tagüeña Lacorte estaba en su cuartel general situado en el vértice de San Pedro Mártir. Desde ese observatorio pudo ver los movimientos del enemigo, optando por huir el jefe del XV Cuerpo de Ejército del Ebro, bajando hasta la Bonanova donde tenía instalado su puesto de mando. Un teniente, creyendo que Tagüeña era un soldado en cobarde retirada, le apuntó con una pistola, hasta que se deshizo el enredo.

Todo vestigio de autoridad ha desaparecido de la calle. Como sea que la población está hambrienta y sabe que en Barcelona hay muchos alimentos acumulados para uso y disfrute de los jerifaltes rojos, proceden a asaltar los almacenes. No hay guardias y si quedaba alguno seguramente se sumó al saqueo. Las gentes transportan sacos de garbanzos, de alubias, de azúcar, botes de leche condensada y de carne soviética.

Por la noche, el presidente de la República Manuel Azaña Díaz llegó en coche al castillo de Perelada, siendo recibido por el doctor Juan Negrín López y José Giral Pereira y los custodios de los cuadros procedentes del Museo de El Prado.

La caída de Barcelona
La población saluda la entrada de los nacionales en Cataluña

La ofensiva de las tropas del Generalísimo Franco sobre Cataluña comenzó en la mañana del 23 de diciembre de 1938, principalmente en el sector ocupado por el XII Cuerpo de Ejército, mandado por el comunista Etelvino Vega Martínez; por allí, en el río Segre a 20 kilómetros al norte de la confluencia con el Ebro, en Mequinenza, atacaron el Cuerpo italiano y el Cuerpo de Navarra, al mando de los generales Gastone Gambara y José Solchaga Zala, respectivamente. Una vez cruzado el río, los sorprendidos defensores, compuesta por una compañía de carabineros bien equipada, se vieron abandonados por sus oficiales. El frente, pues, quedó roto al primer enfrentamiento. Este suceso hizo escribir al general Vicente Rojo Lluch: “Parte del Cuerpo XII flaquea de una manera absoluta en la primera jornada, abriendo la puerta por la que irrumpirá francamente el enemigo”.

Otro desastre fue protagonizado por el V Cuerpo mandado por el también comunista Enrique Líster Forján, dejando abierta la penetración hacia Vinaixa. A partir de entonces, la marcha de las tropas Nacionales fue casi un paseo militar.

El 25 de enero de 1939, Yagüe cruzó el Llobregat, seguido por Solchaga y Gambara, encontrando resistencia aislada y mal coordinada.

Las primeras divisiones que penetraron en Barcelona fueron:

La 105 del coronel López Bravo y la 13 del general Fernando Barrón Ortiz, adscritas al Cuerpo de Ejército Marroquí, así como la 4 y la 5, del Cuerpo de Ejército de Navarra, a las órdenes respectivas de los generales Camilo Alonso Vega y Juan Bautista Sánchez González. Al alba, las tropas de Solchaga ocupan Vallvidrera sin lucha y descendieron sobre Pedralbes. Otras fuerzas del mismo Cuerpo de Ejército encontraron leve resistencia en el Tibidabo, que al mediodía cayó en manos de los Nacionales. Montjuich se rindió a los soldados de Yagüe, que liberaron, entre aclamaciones y lágrimas a 1.200 presos que estaban encarcelados en el Castillo, siendo izada la Bandera Nacional en la fortaleza.

Desde “Terminus”, que era el puesto de mando avanzado del Cuartel General del Generalísimo, el Caudillo fue dando órdenes. En el mapa del Estado Mayor se iban clavando las banderitas sobre los puntos que señalan los teléfonos de los puestos de mando de Solchaga y Yagüe.

Del Cuartel General salió el primer parte precursor: “En estos momentos se está terminando de rodear Barcelona, habiéndose ocupado la Rabassada, el Tibidabo, Vallvidrera y Montjuich. Nuestras tropas están empezando a entrar en la población”. A las doce horas, “Terminus” envió a toda España el parte de la victoria: Las tropas Nacionales terminan de rodear la ciudad de Barcelona, ocupando Montjuich y el Tibidabo. A las 12 comienzan las tropas Nacionales a entrar. Las fuerzas que entran en Barcelona son el Cuerpo de Ejército Marroquí y el Cuerpo de Ejército de Navarra.

Del Tibidabo y Vallvidrera empezaron a bajar las divisiones de Navarra. Al pie del Funicular, unos mozos de escuadra esbozaron una breve resistencia. Una gran explosión destruyó los talleres de las Escuelas Salesianas de Sarriá, donde los rojos fabricaban material de guerra. De algunas terrazas se oyeron los restallidos de los últimos focos. Grupos de soldados rojos tiraban sus fusiles y huían a ocultarse.

La ocupación de San Gervasio y Gracia fue completada por las fuerzas motorizadas de las tropas Legionarias mixtas que penetraron en Barcelona por Vallcarca y los Penitentes desfilando por la calle de Salmerón. A las 17:30 todas las barriadas altas de la capital estaban ocupadas.

Por Las Corts hacia la Diagonal, se estableció el camino del triunfo por donde a las 17 horas empezaron a bajar ordenadamente los carros de combate seguidos del grueso de las fuerzas.

Se formaron los primeros grupos de ciudadanos estallando las primeras aclamaciones. Corrían multitudes de personas saludando brazo en alto y cantando el Cara al Sol. Cuando llegaron al convento de Pompeya, Diagonal esquina a Lauria, que había sido convertido en policlínica, les saludó la primera Bandera Nacional que se izó en Barcelona tremolada por una enfermera.

Los soldados eran abrazados, apretujados. Se besaban las banderas, los muchachos se subían a los camiones, a los tanques. Se cantaban himnos, se saltaba, se bailaba.

Hacia las 17 horas del 26 de enero de 1939, entraban al Ayuntamiento el teniente Víctor Felipe Martínez, de la Bandera de Carros de Combate del Cuerpo del Ejército Marroquí, juntamente con un alférez. El teniente, de su puño y letra, redactó el acta de ocupación de la Alcaldía, que provisionalmente desempeñaría en las próximas horas, hasta que tomase posesión del cargo D. Miguel Mateu Plá.

Enorme entusiasmo y alegría del pueblo de Barcelona
Manuel Tagüeña, el último jefe militar en abandonar Barcelona, manifestó: «Mientras por una calle entraban los conquistadores aclamados por los gritos de sus simpatizantes, por la de al lado, se retiraban nuestros maltrechos hombres…»

El escritor inglés James Cleugh, autor del libro Furia española. 1936-1939, describe de este modo el recibimiento del pueblo de Barcelona: «Los soldados eran obstaculizados en su avance, no por la resistencia del enemigo sino por las densas multitudes de demacrados hombres, mujeres y niños que afluían desde el centro de la ciudad a darles la bienvenida, vitoreándolos en un estado que bordeaba la histeria».

El soldado del Ejército Popular, Juan Font Peydró, que se había escondido, como tantísimos otros en evitación de seguir una retirada inútil, narró así sus impresiones del momento de la liberación:

«Cuando llegamos a la Diagonal, la bandera que vimos pasar desde el balcón, apenas ha podido recorrer unos metros. Los primeros soldados desaparecen entre una muchedumbre que los abraza, que los vitorea, que besa la bandera. Esto no se puede describir. Hay que vivirlo para tener una idea de tales momentos. Van llegando más tropas. Y es un río de gente el que los asalta… Un enorme trimotor vuela bajísimo a lo largo de la Diagonal. Miles de manos le saludan. Unos tanques van caminando airosos; pero casi no se les ve. El gentío se ha encaramado en ellos tremolando banderas y vitoreando a España y a Franco, los hace desaparecer entre olas de alegría. Ha llegado la noticia a todas partes. Barcelona se ha lanzado a la calle, se desborda el entusiasmo. Llegamos a la plaza de Cataluña. Brillan algunas luces. Empiezan a rasgarse las tinieblas. Todo parece un sueño. En todas partes, el mismo entusiasmo. Y banderas españolas. ¡Muchas banderas!»

La primera Santa Misa de campaña desde el comienzo de la guerra

La apoteosis del triunfo tuvo su escenario grandioso en la Plaza de Cataluña, con la primera misa de campaña celebrada en una ciudad que tanto se ensañó contra toda idea religiosa. Una inmensa muchedumbre que llenaba la plaza siguió la ceremonia con gran devoción, inmensa alegría y enorme emoción, haciendo saltar las lágrimas de los barceloneses y catalanes, que no habían podido asistir a ningún acto religioso, durante toda la contienda. Muy pocos, y con grave riesgo de sus vidas, lograron que algunos curas, vestidos con monos y tocados con boinas -a semejanza de los milicianos y de las indumentarias de las hordas rojas- en una oculta habitación, donde se improvisaba un altar, se oficiasen los servicios religiosos.

Reaparece La Vanguardia y El Correo Catalán
El viernes 27 de enero reaparece La Vanguardia que se subtitula Diario al servicio de España y del Generalísimo Franco. Los carabineros, antes de retirarse, entraron en las instalaciones de la calle Tallers y causaron grandes destrozos, por lo que el diario salió solamente con una sencilla hoja. El 19 de julio de 1936 se publicó el número 22.574 y el del 27 de enero de 1939 es el 22.575. Nada se quiso saber de los dos años y medio en el que el periódico estuvo bajo el poder de los rojos. En este número singular aparecía la siguiente nota: «Automáticamente, con la sola presencia en nuestras calles de las heroicas fuerzas nacionales mandadas por el glorioso general Yagüe, ha quedado restaurada, como tantas otras cosas, la propiedad de La Vanguardia, de la que inmediatamente se han hecho cargo los responsables autorizados por el Conde de Godó ».

También salió a la calle El Correo Catalán que había dejado de aparecer desde el 20 de julio de 1936. Sus instalaciones las ocupó el POUM y en ellas se confeccionó La Batalla. El Correo se hizo en los locales y talleres de Treball, ocupados por las Juventudes Tradicionalistas.


La heroica mujer catalana durante la persecución religiosa en Cataluña.



Puertas de la Catedral de Barcelona ardiendo

Francesc A. Picas Pons.- ¡Oh mujeres catalanas! ¡Oh mujeres de nuestra tierra! ¡Nuestras amas de casa rurales! ¡Las valerosas y audaces mujeres cristianas! Merecen nuestra mayor admiración y nuestros más altos elogios por las ayudas que procuraron a sacerdotes, padres de familia y jóvenes perseguidos a causa de su Fe. ¡Se jugaban la vida! Los recogían, los escondían, los alimentaban, les lavaban la ropa, los protegían con audacia y les hacían llegar el pan ázimo para ser consagrado. Era la fortaleza de los mártires.

La mujer catalana constituye una parte muy importante de la Iglesia del silencio. Las familias cristianas rezaban diariamente el santo rosario con las puertas cerradas, impetrando la paz y la libertad. La historia de la Iglesia de las catacumbas demuestra que la Fe de los catalanes era viva y llena de esperanzas.

El 20 de julio de 1936 se implantó en la zona republicana de España, una revolución violenta anarco-marxista que comportó la ruina económica, cultural y social de la sociedad civil y la destrucción inhumana de la religión cristiana. Usurparon y profanaron todos los templos de Cataluña. A partir de aquel momento en Cataluña ya no se pudieron celebrar misas ni actos de culto en ninguna iglesia hasta finales de enero o principios de febrero de 1939 con la entrada de las tropas nacionales, cuando la pseudo-República fue expulsada de España.

Uno de los colectivos que más sufrió por la destrucción de los templos fue el de las madres de familia catalanas. En aquellos santos lugares habían bautizado a sus hijos, habían hecho su primera comunión, con toda ilusión se habían casado y también celebrado las exequias por la muerte de sus familiares. ¿Con qué derecho legal y humano destruyeron los templos de Dios? ¿Cómo se atrevieron a deshacer todo su valor artístico y cultural? ¿Dónde estaban la democracia y los derechos humanos que proclamaban aquellos comandos de granujas que con su comportamiento ultrajaron los principales valores de Cataluña?

La consigna revolucionaria de aquella nefasta revolución del 36 incluía la persecución criminal de sacerdotes, religiosos e hijos del pueblo, fieles y seguidores de la Iglesia. Cinco obispos fueron asesinados en tierras catalanas en aquellos tres años, y miles de sacerdotes, religiosos y seglares. Algunos de ellos incluso torturados de forma inhumana. Fueron treinta y dos meses de persecución religiosa en los que la sangre martirial regó la tierra catalana.

Misión de la mujer catalana

Los sacerdotes y cristianos perseguidos que consiguieron escapar de la muerte, buscaron refugio clandestinamente en los pueblos o en las ciudades, en casa de parientes, amigos y familias fieles a la Fe. Fue durante aquellos capítulos históricos en los que los sacerdotes y cristianos tuvieron que refugiarse lejos de su casa para librarse de la muerte, cuando la mujer catalana tuvo una actuación caritativa y heroica digna de ser recordada. Muchos sacerdotes se refugiaban en masías y las señoras de la casa los acogían, los alimentaban y los escondían en lugares estratégicos de la casa o del bosque, donde en caso de registro, no los pudiesen encontrar.

En las ciudades, las mujeres se encargaron de colocarlos en pensiones y en casas particulares, los alimentaban y los guiaban y acompañaban disimuladamente a las casas donde había algún enfermo, para administrarle los sacramentos, incluso celebrando la misa en la misma habitación del enfermo. Celebraban bodas, bautizos y la eucaristía clandestinamente, en pisos de familias de toda confianza.

Chicas y mujeres de pueblo y ciudad recogían, de las religiosas que habían expulsado del convento y que hacían vida de comunidad en pisos, las formas para consagrar que seguían fabricando, y también recogían vino de bodegueros de absoluta discreción, y se los llevaban a los sacerdotes escondidos en pisos o en escondites del bosque para que pudiesen celebrar la misa clandestinamente.

También muchos payeses guiaban a los jóvenes que desertaban hacia Francia y que no querían incorporarse al ejército republicano. De allí pasaban a la España nacional. Unos cuarenta mil jóvenes desertaron en Cataluña.

Honor pues, a aquellas mujeres fuertes de las modernas catacumbas, que rezaban por los mártires, que se sacaban el pan de la boca para alimentar a sus hermanos necesitados de aquella Iglesia pobre y perseguida, que animaban a los desconsolados, les repartían dinero recaudado entre gente que en silencio aspiraba a la paz y libertad religiosas, e informaban secretamente a los “refugiados” de las noticias del frente, dándoles esperanza e ilusión en aquellas horas tristes y angustiosas.

Nuestras mujeres eran pacíficas, caritativas y dispuestas a todos los sacrificios con tal de hacer más llevadera a sus hermanos aquella persecución injusta. Su labor humanitaria y heroica les costó a algunas de ellas la cárcel y la vida.

Recordemos la sentencia 377 del 10 de diciembre de 1938, firmada por el presidente Companys confirmando la pena de muerte a siete hombres y seis mujeres. Mujeres que nunca cogieron un arma de guerra, sino rosarios de paz y concordia.

Las gestas de aquellas mujeres catalanas y cristianas, atrevidas y evangélicas, merecerían que en lo más alto de la cumbre de Montserrat se levantase un monumento que recordase las virtudes de aquella, nunca suficientemente alabada, mujer católica catalana de 1936.

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