jueves, 5 de julio de 2012

Escipion el africano..

En la historia romana se agazapan las grandes contradicciones humanas. En la vida de Roma, surgió el amor por la patria, las virtudes de la austeridad y la frugalidad, el sentido del honor por un lado, y las ambiciones más sanguinarias y perversas por el poder, por el otro.El ideal romano de la gloria como símbolo de un proceso de autorrealización humana. Un ejemplo de ese ideal late en el célebre Sueño de Escipión, en el libro VI de La República de Marco Tulio Cicerón .Cicerón, gran orador, pensador impregnado por la filosofía estoica, fue víctima de las luchas por el poder. Finalmente moriría decapitado. En un periodo de obligado destierro de la actividad política en el Foro, se entregó a la escritura. Imaginó que, en un sueño, Escipión el Africano (ver arriba imagen), el vencedor en Zama de Aníbal, durante la primera Guerra Púnica, se le presenta a uno de sus descendientes para revelarle el verdadero lugar de la gloria. El Africano describe los mundos celestiales, subraya la diferencia entre lo eterno, lo verdadero, y la pequeñez de lo terrenal. El principal propósito de su aparición es revelarle a su descendiente que la verdadera gloria no consiste en los premios, en los halagos y reconocimiento en vida. La gloria auténtica consiste en la virtud. Y la principal virtud es la acción que busca la salvación de la patria, de la tierra de los padres, de los antepasados.
Habiendo llegado a Africa, cerca del consul Manio Manilio, como tribuno militar, ya lo sabeis, de la cuarta legión, nada deseaba mas que visitar al rey Masinisa, muy amigo, por justos motivos, de mi familia. Al encontrarle, el anciano rey rompió a llorar, abrazándote, y poco después, mirando al cielo, dijo: «Te doy gracias, soberano Sol, y a vosotros, los demás astros, porque antes de emigrar de esta vida puedo ver en mi reino y bajo este mismo techo a Publio Cornelio Escipión cuyo mismo nombre al oírlo me conforta: hasta tal extremo no me abandona nunca el recuerdo de aquel hombre óptimo e invictísimo.» Luego, yo le pregunté sobre su reino y él sobre nuestra república, y se nos pasó el día con una larga conversación entre los dos.
    Después de la recepción solemne en el palacio real, continuamos conversando hasta muy avanzada la noche, no hablando el anciano rey de otra cosa que del Africano, y recordando no sólo sus gestas sino también sus dichos. Finalmente, al retirarnos a la cama, estando yo cansado de la jornada y de haber trasnochado, me cogió el sueño más profundo de lo que solía, y se me apareció el Africano, bajo la imagen que me era más conocida por su retrato que por haberlo visto. Creo que fue por lo que habíamos hablado, pues suele suceder que nuestros pensamientos y conversaciones producen luego en sueños algo parecido a lo que escribe Ennio de Homero, sobre el que muchas veces, de día, solía pensar y hablar; en cuanto lo reconocí, me asusté ciertamente, pero él me dijo: «Ten ánimo y no temas: procura recordar lo que te voy a decir. ¿Ves esa ciudad que yo obligué a obedecer al pueblo romano, pero renueva ahora su antigua guerra y no puede estar tranquila?» Y me enseñaba Cartago, desde un lugar alto y estrellado, espléndido y luminoso. "Tú vienes ahora para asediarla, siendo poco más que un simple soldado; dentro de dos años la destruirás como cónsul, y ese nombre (de Africano) que tienes ahora como sucesor
mio, te lo habrás ganado por ti mismo. Una vez que hayas aniquilado Cartago, hayas celebrado el triunfo, hayas sido censor, hayas ido como legado a Egipto, Siria, Asia y Grecia, por segunda vez serás elegido cónsul, en tu ausencia, y harás la más terrible guerra: asolará Numancia. Pero cuando subas al Capitolio en el carro triunfal, tropezarás con una república perturbada por la imprudencia de mi nieto.
  "En este momento, tú, Africano, deberás descubrir a la patria la luz de tu valeroso ingenio y de tu prudencia; pero veo la ruta, diría, del destino como doble en ese momento.
 "Cuando tu edad haya cumplido siete veces ocho giros solares, y estos dos números, que se tienen los dos como perfectos por distintas razones, hayan completado por natural circuito la edad destinada, la ciudad se volverá entera sólo hacia ti y hacia tu apellido: el Senado tendrá la vista puesta en ti, y todas las personas de honor, los aliados, los latinos; tú serás el único en quien apoyar la salvación de la ciudad, y, para decirlo pronto, deberás como dictador poner orden en la república, si es que consigues escapar de las impías manos de tus parientes.

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