miércoles, 2 de enero de 2013

Conversacion padre e hijo


José Moscardó Ituarte
José Moscardó Ituarte


La conversación telefónica que tuvo lugar el día 23 de julio de 1936, aproximadamente a las diez de la mañana, entre el coronel José Moscardó Ituarte, jefe de los resistentes civiles y militares acogidos al Alcázar de Toledo, y su hijo Luis, de 24 años de edad, detenido por los milicianos frentepopulistas en dicha ciudad, supuso en confesión manuscrita del coronel Moscardó "el acontecimiento más grande de mi vida, el que causó un desgarro sangriento en mi existencia y un recuerdo inextinguible en mi espíritu."

El breve intercambio de frases, del saludo a la despedida, entre padre e hijo, antecedido por la amenaza del jefe de las milicias del Frente Popular, fue como sigue (Alfonso Bullón de Mendoza y Luis Eugenio Togores, El Alcázar de Toledo. Final de una polémica, pp. 74 y 75):


Cándido Cabello (socialista y jefe de milicias de Toledo, hablando por teléfono al coronel Moscardó): Son Uds. responsables de los crímenes y de todo lo que está ocurriendo en Toledo, y le doy un plazo de diez minutos para que rinda el Alcázar, y de no hacerlo fusilaré a su hijo Luis que lo tengo aquí a mi lado.

Coronel Moscardó: ¡Lo creo!

Jefe de milicias: Y para que veas que es verdad, ahora se pone al aparato.

Luis Moscardó Guzmán: ¡Papá!

Coronel Moscardó: ¿Qué hay, hijo mío?

Luis Moscardó Guzmán: Nada, que dicen que me van a fusilar si el Alcázar no se rinde, pero no te preocupes por mí.

Coronel Moscardó: Si es cierto encomienda tu alma a Dios, da un viva a Cristo Rey y a España y serás un héroe que muere por ella. ¡Adiós, hijo mío, un beso muy fuerte!

Luis Moscardó Guzmán: ¡Adiós, papá, un beso muy fuerte!

Vuelve a coger el aparato Cándido Cabello.

Coronel Moscardó: Puede ahorrarse el plazo que me ha dado y fusilar a mi hijo, el Alcázar no se rendirá jamás.

La mañana del día 23 de julio de 1936, en el despacho del presidente de la Diputación estaban el gobernador civil del Frente Popular, José Vega López; el jefe de milicias, Cándido Cabello, tocado con el birrete del cardenal Goma; el vicepresidente de la Diputación, Eduardo Palomo, desplazado desde Santa Cruz de la Zarza; Florentino Gómez el Claudito; el capitán de milicias, Malaquías Martín Macho, apodado el Rino; y Luis Bernardino García, entre otros que recuerda el testigo Francisco Sánchez Moraleda.

El 23 de agosto de 1936 murió fusilado Luis Moscardó Guzmán a las afueras de la ciudad, tras una saca de la cárcel de Toledo.

* * *

El Alcázar con sus supervivientes fue liberado el día 27 de septiembre de 1936, a las 21 horas. El contacto fue establecido por la 1.ª Compañía del I Tabor de Tetuán, al mando del teniente Luis Lahuerta Ciordia, al frente de su Sección de Regulares. Tras sesenta y nueve días de asedio demoledor (del 21 de julio al 27 de septiembre de 1936), el relato de los instantes previos a la liberación es descrito así por los diarios del I Tabor de Tetuán y de la V Bandera del Tercio; y por el historiador Benito Gómez Oliveros en su libro General Moscardó:

Diario del I Tabor de Tetuán: “Continúa el avance de la Columna [día 27 de septiembre de 1936] y en cooperación con el resto de ella marcha el Tabor en vanguardia del ala izquierda de la misma, izquierda de la carretera Vargas-Toledo en dirección ésta. Venciendo la resistencia del enemigo y desalojándolo del atrincheramiento próximo al cruce de la carretera de Madrid con la de Mocejón, efectuando un avance rapidísimo por la orilla del Tajo una Compañía, mientras las otras continuaban limpiando de enemigo la Plaza de Toros y sus inmediaciones, así como el Hospital de Afuera y edificios próximos, consiguiéndose tras dura lucha tomar la puerta de Bisagra, Miradero y su subida, logrando después tomar los atrincheramientos y barricadas con alambradas de la Calle de Armas y Plaza de Zocodover, llegando al Alcázar ya entrada la noche, estableciendo contacto, por primera vez, con los defensores del mismo, el teniente de la Primera Compañía don Luis Lahuerta Giordia, al frente de su Sección.” Servicio Histórico Militar, D.N. - A. 10 - L. 462 - C. 16.



Diario de la V Bandera del Tercio: “Se emprende el avance contra Toledo el día 27 [septiembre de 1936], empieza la resistencia enemiga, el enemigo es arrojado posición por posición, hasta llegar al cementerio de Toledo, el cual cae en nuestro poder. Por la carretera de Torrijos se divisa una Columna enemiga que se dirige hacia Toledo, se bate al enemigo con fuego de ametralladoras, haciéndole numerosas bajas. El enemigo huye a la desbandada. Se recibe orden de tomar la plaza de toros. Todos los intentos de penetrar en ella fracasan, se ocupan las casas de los alrededores. Se hace un boquete en ellas y se penetra, matando al enemigo dentro de las mismas. Se ocupa el Colegio de Huérfanos. Se toma el Hospital de Afuera. Se van tomando edificios poco a poco hasta llegar cerca del Alcázar. Para evitar que sus defensores nos hagan fuego se toca a cada momento la contraseña de La Legión. A las veintiuna horas aproximadamente la guarnición del Alcázar nos da el alto, la Bandera penetra en el Alcázar, donde es recibida con enorme entusiasmo.” Servicio Histórico Militar, D.N. - A. 10 - L. 462 - C. 12.



Libro de Gómez Oliveros (página 213): “El teniente Lahuerta es el privilegiado mortal que con su Sección de Regulares acaba de romper la virgen integridad del asedio a toda costa. Entran en la Explanada Norte, saltando por los escombros, llevan empapadas en sudor y en polvo las camisas del color del desierto y laten ansiosos los pechos destapados. Por el silencio majestuoso de las ruinas el centinela de la fortaleza lanza un "¿Quién vive?" que es una tremenda y recelosa interrogación. La contestación es el prodigio de la vida que vuelve:

”—¡Fuerzas de España. Regulares de Tetuán!

”Nadie contesta. El coronel [Moscardó] y mil quinientas vidas suspenden los latidos del corazón entre la alegría y el temor de un engaño por parte del enemigo. En el Alcázar todavía no se siente el matiz de lo de fuera, sólo llega la estridencia.

”—¡Somos de Regulares. Toledo es de España!

”Aún dura el silencio y las precauciones. Al fin, por entre los escombros, fusil a la cara, comienzan a surgir los defensores. La Sección de Regulares y su teniente se ven por un momento encañonados. Son unos instantes más y al fin el oficial que manda el grupo de los sitiados cae casi desfallecido de tanta emoción en los brazos hermanos del teniente Lahuerta. Al mismo tiempo aparecen los legionarios de Tiede y juntos, en medio de la más grande emoción, saltando por las ruinas, llegan al Patio liberado hasta de sus límites, porque la destrucción y los escombros han dejado la fortaleza abierta de par en par al mundo.”

* * *

La Unión de Intelectuales Franceses Independientes (en una lápida):


"Los defensores del Alcázar pertenecen a la España inicial de la que son encarnación simbólica, tan admirable como la de los héroes de la Reconquista y del Caballero enterrado en Burgos, que con tan grandes virtudes pueden servir de ejemplo."

Daily Telegraph, editorial del 24 de septiembre de 1936:


"La historia de España está llena de casos de defensa desesperada contra los asedios. Lo mismo los generales de Roma que los mariscales de Napoleón descubrieron que los españoles son sobrehumanos en la resistencia tras los muros de un fuerte. A la guarnición que defiende el Alcázar hay que concederle el honor de un heroísmo tan grande como el de los defensores de Numancia y de Zaragoza. Reducidos a un puñado de hombres, tienen con ellos muchas mujeres y niños; están mal provistas de municiones; los alimentos les faltan, y, sin embargo, desde hace más de nueve semanas han defendido la fortaleza medieval contra un ataque con armamento moderno: cualquiera que sea el resultado definitivo, han ganado una fama inmortal."

* * *

Testimonio de un veterano de El Tercio, el capitán Trujillo, que participó en la liberación del Alcázar como legionario: “No sé si el Generalísimo lo pensó. Seguro que echó sus cuentas antes de dar la orden a Yagüe de coger el camino de Toledo, pero entre su gente nunca hubo dudas: lo primero era salvar a los del Alcázar. Al lado del Caudillo he vivido muchos momentos de esos que sientes en el cuerpo el calambre de la historia. Bueno, pues lo más grande, lo más emocionante fue la toma de Toledo.

”Ya teníamos el puesto de mando en Cáceres y, cuando cayó Talavera, entre nosotros no se hablaba de la guerra, así en general, casi sólo se hablaba del Alcázar, y el Caudillo preguntaba todo el día por el Alcázar, y cuando llegaba alguna noticia inmediatamente se la pasaban. El día que Unión Radio de Madrid comunicó la voladura y dijeron que todo había terminado, ¿sabe usted cómo reaccionó?: que nadie hiciera caso, que no se lo creía, que mientras hubiera uno vivo entre las ruinas los rojos no serían capaces de tomar el Alcázar, y por la noche, cuando Unión Radio comentó que las fuerzas leales a la República estaban eliminando los últimos focos rebeldes refugiados a la desesperada entre los escombros, él dijo: ‘Lo sabía, lo sabía.'

”En Talavera tuvimos bastantes bajas y el Caudillo estuvo varias horas con Yagüe estudiando los planos. Al salir del Cuartel General dijo que íbamos a ver a Asensio y a Castejón que estaba ya más allá de Talavera, con las vanguardias. Cuando íbamos a volver para Cáceres, dije: "Mi general, yo no puedo perderme lo del Alcázar, déjeme aquí, quiero ser uno de los primeros que lleguen. Además, les hace falta gente." Y me contestó que bueno, pero sólo hasta que se tomase el Alcázar. Todavía tuvimos que pegar muchos tiros, pero lo conseguí: llegué el día 27 de septiembre entre los primeros. Los primeros de todos fueron moros, Regulares de Tetuán y, detrás, nosotros, la 5.ª Bandera, con el capitán Tiede, un alemán que había empezado de legionario cuando yo; creo que antes había sido capitán en la guerra europea y aquí empezó dando el callo de legionario.

”No le cuento a usted lo que fue aquello; estábamos abrazando a héroes como los que salen en los libros de historia, flacos, roncos, amarillos de humo de la trilita, llorando de emoción, y ¿sabe lo que nos decían?, sólo una cosa, ¡viva España, viva España!, y que éramos cojonudos, ya ve usted, ellos nos decían que los héroes éramos nosotros. Y ¿sabe lo que más nos agradecían?, no se lo va a creer, vaciábamos los macutos, chuscos, sardinas, chorizo, y lo que más celebraban era un pitillo, con qué ansia se lo fumaban; lo otro, la comida, salían corriendo a llevársela a las mujeres y a los niños y a las monjitas de la enfermería, que estaban a lo suyo, con sus tocas puestas y pensando solamente en los heridos, que había un montón, y de anestesia nada, ni aspirinas tenían; hubo a quien le amputaron un brazo o una pierna sin más anestesia que el aguantaformo. ¿Sabe usted lo que es eso?, ¿no?, pues figúreselo.

”Llegó Franco el día 29; todo el mundo lo abrazaba, le lloraban encima, y él les dijo: "¡Héroes gloriosos de España, lo que habéis hecho no lo olvidará la Patria!" Abrazaba, se dejaba abrazar, dijo a Moscardó que le daba la Cruz Laureada de San Fernando y repitió varias veces: ‘La liberación del Alcázar ha sido la mayor ambición de toda mi vida; ahórrala guerra está ganada.'

”Además, lo del Alcázar fue una lección para todo el mundo. Ya no éramos unos rebeldes, éramos el Ejército Nacional, el de los héroes, el que luchaba por un ideal, el que merecía ganar la guerra. Y Franco, un caudillo.”


El día 28 llega el general José Enrique Varela. Es el histórico instante del famoso gesto: Moscardó, enflaquecido, con la barba del asedio, se cuadra ante el general y pronuncia su lacónico: "Sin novedad en el Alcázar."

El día siguiente, 29 de septiembre, recibe la misma novedad el general Francisco Franco, que cuarenta y ocho horas más tarde —en medio del entusiasmo nacional e internacional por la liberación del Alcázar— es nombrado Generalísimo.

A los héroes del Alcázar, militares, civiles, hombres, mujeres y niños, les fue concedida la Cruz Laureada de San Fernando Colectiva.

Ángel Palomino, Defensa del Alcázar. Una epopeya de nuestro tiempo, p. 295.


La defensa del Alcázar brillaba con románticas luces propias y también heredadas. Aquí estaba no sólo la gesta de unos hombres concretos sino la defensa de un símbolo: la mismísima cuna de la Infantería española —la de Breda y la de Rocroy, es decir, la que sabía ganar y la que sabía perder—, y el mito del cadete defendiendo unas ruinas a pecho descubierto, frente a medios muy superiores, se izaba hermosa en un mundo harto materialista. Este cadete, en la leyenda del Alcázar, era el soldado novel, casi niño, espuma y promesa de un mañana.

Pero la prosaica y bella realidad no era menos bella que la fantasía. Aquellos hombres encerrados en la fortaleza toledana apenas pasan de los 1.200. Su jefe, Moscardó, con paciencia, apunta en suDiario, un día tras otro, las novedades de vida y muerte. Caen 90 soldados, de todas las graduaciones, son heridos 555 y se cuentan 18 desertores, quedando, apenas, 537 hombres en estado de total agotamiento.

Porque en el Alcázar se ha sufrido hambre, sed, miseria, infinitas privaciones y una presión psicológica creciente, cáustica, a ratos insoportable. Allí ha tenido lugar una destrucción sistemática por la acción de la artillería, de la aviación, del fuego incendiario, de toda clase de bombas y petardos y, sobre todo, de varias minas, ante las que parecía imposible resistir. La fortaleza ha quedado convertida en un auténtico infierno, pero los hombres, llevados de su afán hispano de no ceder, inspirados por una razón superior, han superado todo, sencillamente.

No sin utilidad, pues el Alcázar ha absorbido del enemigo hombres y armas, que tan necesarias le son en aquellos primeros meses de la lucha civil. El Gobierno de Madrid y su Ministro de la Guerra han otorgado siempre al molesto enclave la debida importancia, y si en un primer momento han pensado que se hundiría por sí solo, luego, al ver que eso no ocurre, volcarán los necesarios medios, siempre con supremacía absoluta de los destructivos, acorde todo con la doctrina tradicional de la expugnación de una fortaleza, no dejando piedra sobre piedra.

José Manuel Martínez Bande, Servicio Histórico Militar, Los asedios. Monografías de la Guerra de España n.º 16, pp. 102 y 103.


José Moscardó Ituarte

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